El crimen organizado como objeto de estudio
Las investigaciones sobre el crimen organizado, salvo las más osadas, comienzan con una introducción, en muchos casos autojustificatoria de los resultados, acerca de los problemas sobre el acceso a fuentes fiables para el estudio del fenómeno. Investigar el crimen desde cualquier perspectiva es una tarea compleja; de eso no hay duda. Los dificultades que surgen al tratar de aplicar el método científico al crimen organizado ya fueron contempladas por los primeros estudiosos del fenómeno y marcan buena parte de su desarrollo posterior. Los científicos sociales de cualquier disciplina que se han adentrado en el tema han tendido a ser menos activos que otros actores que por obligación profesional, como las agencias de seguridad o los medios de comunicación de masas, en la recopilación de información acerca del crimen organizado. Quizás el motivo sea que, como sugiere Polsky, muchos de ellos crean que es imposible hacerse sin superar el elemental dilema moral de realizar actos criminales como medio de ganarse la cooperación necesaria para la obtención de la información.() Las consecuencias de esta situación son que, como explica Albini,
No hay duda de que gran parte del material escrito en el ámbito del crimen organizado está muy lejos de ser académico por naturaleza, cayendo con demasiada frecuencia en un estilo periodístico y sensacionalista de escribir en el que la documentación de fuentes está ausente o bajo mínimos. A menudo estos escritos están abarrotados de valores cuyo resultado es la distorsión total de los hechos y, en muchos casos, la creación de disparates.()
Desde que se escribieron estas palabras la academia no ha conseguido superar satisfactoriamente esta contradicción entre método y fuentes. No obstante, han aparecido excepciones relevantes cuyos resultados a menudo no estuvieron a la altura de la paciencia y el valor que requieren este tipo de investigaciones. Algunos especialistas, ya desde los momentos iniciales del estudio académico del crimen organizado se aventuraron a poner en evidencia esta supuesta imposibilidad del acceso a fuentes para la correcta evaluación del fenómeno. En los años veinte, John Landesco llevó a cabo un estudio pionero sobre el crimen organizado en la ciudad de Chicago que "no sólo englobó la recopilación de fuentes escritas periodísticas y de otro tipo sino que, en la tradición de la escuela de Chicago, el desarrollo de contactos extensos con grupos criminales de la ciudad".() De este modo se introdujo el método de las entrevistas en profundidad con actores relevantes en el abanico de métodos para el estudio del crimen organizado. Siguiendo este mismo sendero de evitar el uso exclusivo de fuentes secundarias, tanto Ianni como Chambliss condujeron investigaciones posteriores, para los casos de Nueva York y Seattle, respectivamente, que implicaban la conjugación de grados diversos de observación participante con entrevistas con informantes clave.() Más recientemente Adler realizó un estudio que combinaba la observación participante y la entrevista con más de seis decenas de traficantes de drogas para comprobar su compromiso criminal en el suroeste de los Estados Unidos.()
En los últimos años los estudios sobre el crimen organizado, a menudo inducidos desde la esfera pública al objeto de mejorar los mecanismos para contrarrestar sus efectos, han proliferado. Sin embargo, la tendencia a recurrir a fuentes secundarias, en especial procedentes de los medios de comunicaciones de masas o de diversas instancias gubernamentales, no sólo no ha disminuido sino que ha aumentado exponencialmente desde los niveles previos.() De algún modo, buena parte de los trabajos han implicado dar un prurito académico a la visión ya elaborada desde las agencias de seguridad encargadas de la persecución del crimen organizado y de su valoración como riesgo o amenaza a la seguridad nacional. Como dice Chambliss,
Es posible descubrir lo que está sucediendo 'ahí fuera'. No estamos permanentemente pegados a los informes gubernamentales y a las respuestas de los universitarios. Los datos sobre el crimen organizado y el robo profesional, del igual modo que otros sucesos supuestamente difíciles de estudiar, están mucho más disponibles de lo que tendemos a pensar. Todo lo que tenemos que hacer es salir de nuestros despachos y entrar en las calles. Los datos están ahí; el problema es que también muy a menudo los sociólogos no están ahí.()
Pese a esta visión un tanto idílica de la investigación del crimen organizado tomando como base el acceso a fuentes primarias, este tipo de enfoque estar lejos de ser la panacea universal. La observación participante, aparte de los dilemas éticos que pueda plantear y de los riesgos en forma de peligro para la propia vida o de la comisión de delitos luego castigados que implica para el investigador, dar como resultado investigaciones con múltiples limitaciones.() El proceso de movilidad social ascendente dentro de un grupo criminal suele, por lo general, ser más rápido que en las organizaciones legales, pero el acceso a los niveles altos de la jerarquía delictiva implica un compromiso de largo plazo que conlleva la asunción de múltiples riesgos. En este entorno, el único camino a fuentes primarias se reduce a los escalones más bajos de la estructura organizativa, que a menudo tienden a fantasear acerca de procesos más complejos que ignoran. Extrapolar el modo de funcionamiento de algunos grupos a otros apartados de una organización concreta o, más aún, entre diversas organizaciones criminales es muy problemático porque las diferencias son múltiples. Los niveles de cualificación, los grados de compromiso personal con la organización o la protección que se requiere del miembro, por poner sólo tres ejemplos, varían enormemente entre diversos apartados del negocio criminal.
Encarar el estudio a través de entrevistas con informadores relevantes que puedan superar las limitaciones propias de la observación participante, lo cual permiten alcanzar niveles superiores de la jerarquía organizativa sin asumir los considerables riesgos innatos a otras opciones, es, asimismo, un tarea compleja que puede desarrollarse a través de los contactos directos o por el recurso a las declaraciones de los criminales ante los tribunales o la policía una vez que son detenidos. En ambos casos el peligro de contaminación informativa es latente. Es previsible que el criminal entrevistado, incluso previa garantía de su anonimato, tienda a minimizar su participación en actividad ilegales al objeto de evitar su incriminación, a negar sus conocimientos y, sobre todo, a confundir al investigador en la percepción de que su tarea, por moverse en el mundo de lo legal, es anexa a la del aparato jurídico. Si esta situación es muy evidencia en las declaraciones ante los tribunales, el contacto conseguido por otros cauces suele degenerar en el mismo tipo de información deficiente al utilizar los criminales al estudioso como un medio de propalar su inocencia. Como afirma Naylor, al tratar los problemas metodológicos de la investigación del crimen organizado, "al mundo criminal le corresponde más que la proporción aleatoria de paranoicos graves y mentirosos compulsivos".() A esta carencia de acceso a la información puede unirse otra posibilidad no menos contaminante. La perspectiva de la reducción de sentencias que actualmente permiten muchas legislaciones a quienes colaboran con el sistema judicial o ante la percepción de lo que puede ser una biografía póstuma dentro de un sistema de valores desviado otorgan al informante privilegiado un incentivo muy alto para exagerar su importancia dentro de sus actividades, para inflar el y, sobre todo, para seguir las premisas dictadas por las agencias de seguridad conforme a un esquema preestablecido. La desencaminada línea de debilidad argumental que pueden seguir este tipo de testimonios hasta convertirse en una hipótesis coherente a menudo se asemeja al modo en que los testimonios del mafioso italo-americano arrepentido Joseph Valachi se convirtieron, debidamente depurados por Donald Cressey, en una teoría sociológica de largo alcance sobre el crimen organizado sin mayor comprobación empírica o jurídica.() En palabras de Charles Rogovin, director de la Organized Task Force,
Me llevé a Cressey [Donald] y a Salerno [Ralph, investigador del crimen organizado de la policía de Nueva York que había interrogado al arrepentido Valachi] a una habitación y le dije a Ralph: "Ralph, dile a Don todo lo que sabes". Y le dije a Don: "Don, escríbelo". Así se escribió el ensayo de Cressey para la Comisión sobre el Crimen [Organizado].()
Con Cressey se da un contradicción aún frecuente en el estudio del crimen organizado según la cual, mientras se reconoce en privado la poca fiabilidad de las fuentes, en público se escribe y se habla tomando prestadas sus palabras para construir modelos teóricos. El propio Cressey desaconsejó a un colega que entrevistase a Valachi, que había sido el fundamento casi exclusivo de su visión sobre la mafia italo-americana, con los argumento correcto y rotundo: "Sólo te dirá lo que piense que tú quieres oír".() Un cuadro similar puede presentarse en cuanto a los informes procedentes de las agencias de seguridad pública acerca del crimen organizado, que suele ser la principal fuente secundaria utilizada por los análisis académicos, en cuando su información suele reposar en delincuentes detenidos y sobre los datos proporcionados por confidentes. La espectacularidad del testimonio de éstos suele mostrar ciertos grados de proporcionalidad con respecto a los emolumentos recibidos, independientemente de la veracidad de sus palabras. La información, o inteligencia en términos policiales, así generada presenta cuatro tipos de sesgos. Por una parte, este tipo de informes eliminan una parte sustancial de la realidad criminal al obviar la actividad de los informantes, que por lo general no suele ser una presencia menor en los mercados ilegales. Igualmente, la limitación de recursos para este tipo de contactos entre agencias de seguridad e confidentes en busca de información hace que esta tarea tienda a concentrarse sobre ciertos grupos o actividades criminales específicos por diversos motivos, como la presencia de éstos en los medios de comunicación, lo que en última instancia servirá únicamente para confirmar con los números las hipótesis iniciales realizadas sin esa información. En consecuencia, este tipo de actividad policial suele ser más proclive a rellenar análisis previos con testimonios hablados que a investigar acríticamente a partir de los mismos. En tercer lugar,
el tipo de información necesaria para la persecución policial y el que se requiere para una comprensión completa de la naturaleza y operatividad de la economía criminal pueden ser bastante específicos. Comprender la economía criminal necesita datos que permitan al analista determinar si las transacciones están basadas en una línea jerárquica, en acciones dictadas por las costumbres y las convenciones o en decisiones del mercado. Lo que podría parecer una parte de una conspiración corriente jerárquicamente controlada, en un análisis más minucioso podrían resultar un conjunto de tratos incidentales y comercialmente no relacionados. Cualquiera puede constituir una infracción de la legalidad por el que los culpables sean condenados. Pero podrían tener implicaciones muy diferentes para el entendimiento de la naturaleza global del crimen organizado.